El esplendor de la verdad
Para conocer tu fe y la Iglesia que Cristo fundó
La Biblia

¿Cómo se sabe que la Biblia es Palabra de Dios?

 

La Biblia, como la conocemos hoy, fue escrita durante un período de casi 1500 años, por diferentes personas, en diferentes momentos de la historia de la humanidad, desde el tiempo de Moisés (unos 1400 años antes de Cristo) hasta la muerte del último Apóstol de Jesucristo, San Juan Evangelista, (unos 100 años después de Cristo).

La Biblia nos presenta el mensaje de salvación que Dios ha querido comunicarnos. En ella encontramos verdades de fe, acontecimientos históricos relacionados con la salvación, promesas de Dios, exigencias morales, todo esto dentro de una perspectiva eminentemente religiosa, que nos muestra las obras realizadas por Dios para llevar a los seres humanos a la intimidad con El y a la salvación eterna.

Es sabido que Dios inspiró a los escritores de la Biblia para que escribieran lo que contienen esos escritos. Esto significa que, sin quitarles la libertad, Dios movió de tal forma a estos autores que ellos escribían lo que El quería que escribieran. No significa esto que Dios “dictó” a cada autor su parte. En efecto, cada autor tiene su propia manera de expresarse, sus características especiales de pensamiento y de lenguaje, además de su idioma específico.

En ese sentido, entonces, el Autor principal de la Biblia es Dios mismo, y los escritores actuaron como instrumentos de Dios. Veremos, entonces, por qué la Iglesia puede enseñar como verdad que la Biblia es Palabra de Dios.

Sabemos que Jesucristo existió como personaje histórico, no sólo porque El es el personaje central de los Evangelios, sino porque la existencia de Jesús de Nazaret también se encuentra en documentos históricos no-cristianos, los cuales hablan de El, de su nacimiento en Belén, de la fundación del cristianismo por parte de Jesús, de su crucifixión a los 33 años de edad bajo Poncio Pilatos, y de la rápida difusión del cristianismo y los intentos del Emperador Nerón de liquidarlo (cf. Tácito, historiador romano; Flavio Josefo, historiador judío).

La Biblia y algunos libros no-cristianos, nos dicen que Jesucristo realizó grandes milagros, el mayor de los cuales fue haber resucitado, tal como El mismo había predicho. Y con sus milagros y su resurrección demostró que El es Dios.

Cristo, adicionalmente, instituyó su Iglesia y a ésta le prometió la asistencia del Espíritu Santo hasta el fin del mundo y la proveyó de autoridad para tomar decisiones en la tierra que El ratificaría en el Cielo:

“Tú eres Pedro (o sea, Roca-Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes del Infierno jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo” (Mt. 16, 18-19).

De tal forma que la Iglesia que Cristo fundó, guiada por Pedro (primer Papa de la Iglesia, seguido por 264 Papas posteriores que llegan hasta Juan Pablo II en nuestros días) tiene el poder de decidir cuestiones que afectan a los miembros de la Iglesia en cuanto a la fe y la moral, las cuales están de antemano ratificadas por Dios. Lo que esto significa, podrá ser imponente -y lo es, ciertamente- pero por más impresionante que sea, no puede ser ni descartado, ni disminuido, pues es promesa de Dios que no puede ser negada.

Es así, entonces, como la Iglesia de Cristo ha tomado decisiones importantísimas a lo largo de sus casi dos mil años de existencia. Una de estas muy importantes decisiones fue haber escogido los escritos que formarían parte de la Biblia y declarar que la Biblia era Palabra de Dios.

Los libros del Antiguo Testamento, 45 en total, fueron coleccionados y preservados por las más altas autoridades religiosas de los Judíos. Jesucristo y los Apóstoles confirmaron la creencia general de los Judíos de que estos libros eran de origen divino.

DESARROLLO DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Durante el transcurso de los siglos se desarrollaron varios cánones o listas de libros sagrados. Veamos las razones.

Por el año 605 a.C., el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce Bíblicamente, una "diáspora". El rey Nabucodonosor conquistó a Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la "Cautividad de Babilónica" (cf. 2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).

Pero no todos los israelitas fueron llevado cautivos, un "resto" quedó en Israel: (2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel 33,27). También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que fueron a Egipto: (2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7.

El rey Ciro de Persia conquistó a Babilonia (2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23) y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11) pero otros se fueron en vez a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C, contaba con la biblioteca mas importante del mundo en esa época). En esta gran ciudad convivían griegos, judíos y egipcios. Así que los judíos estaban disgregados aun después del fin del cautiverio, unos en Palestina y otros en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo de Jesús habían mas judíos en Alejandría que en la misma Palestina (1 Macabeos 1,1).

Mientras la primera semejanza de un canon hebreo se empieza a formar, la lengua hebrea comienza a morir y desapareció completamente para el año 135 a.C. Por esta razón Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo, un dialecto del hebreo.

La Traducción de los Setenta (Septuagésima)

Como en la mayor parte del mundo civilizado, la lengua principal de Alejandría en el siglo III a.C. era el griego. Había por eso gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas Escrituras.

La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de Plotomeo II (285-246 a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la Biblioteca de Alejandría.
La traducción se realizó a inicios del siglo tercero a.C. y se llamó la Traducción de los Setenta (por el número de traductores que trabajaron en la obra).

Comenzando con el Torá, tradujeron todas las Sagradas Escrituras, es decir todo lo que es hoy conocido por los cristianos como el Antiguo Testamento. Introdujeron también una nueva organización e incluyeron Libros Sagrados que, por ser mas recientes, no estaban en los antiguos cánones pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos.

Se trata de siete libros, escritos en griego, que son llamados hoy deuterocanónicos. Vemos entonces que no hay un "silencio bíblico" (una ausencia de Revelación) en los siglos precedentes al nacimiento de Jesús.

La mayoría de los judíos de aquel tiempo sabían que Dios continuaba revelándose. Aquella era la última etapa de revelación antes de la venida del Mesías.

La Traducción de los Setenta contiene los textos originales de algunos de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirácides o Eclesiástico) o completamente (Tobías, Judit, Baruc y 1 Macabeos).

La Traducción de los Setenta es la que se usaba en tiempo de Jesucristo y los Apóstoles.

La versión alejandrina o de los setenta, con los siete libros deuterocanónicos, se propagó mucho y era la generalmente usada por los judíos en la era Apostólica.

Por esta razón no es sorprendente que esta fuera la traducción utilizada por Cristo y los escritores del Nuevo Testamento: 300 de las 350 referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión alejandrina.

Por eso no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos como Palabra de Dios).

Por ejemplo, Orígenes, Padre de la Iglesia (+254), afirmó que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no los aceptaban oficialmente.

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía, quizás de rabinos, hicieron un canon hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.). Este canon comprendía de 22 a 24 libros.

No rechazaron los libros deuterocanónicos definitivamente, pero no los incluyeron entre los canónicos. El canon reconocido por los judíos no se fijó hasta más de cien años después. Aun entonces, los libros "deuterocanónicos" siguieron siendo leídos y respetados por los judíos. Mientras tanto los cristianos siguieron reconociendo la versión alejandrina que sí contenía los “deuterocanónicos”.

Es así que surgieron los dos cánones del Antíguo Testamento.

Los dos cánones del Antiguo Testamento:

  • El canon de Alejandría (la traducción de los Setenta al griego, hecha antes de Cristo y aceptada por todos los cristianos y muchos judíos, que contiene los libros deuterocanónicos)
  • El canon de Palestina (Jamnia, traducción hebrea hecha después de Cristo).

Los historiadores ponen como fecha en que se fijaron los cánones de las traducciones de Alejandría y de Palestina para el siglo segundo de nuestra era.

El Obispo Melito de Sardis registró la primera lista conocida del canon alejandrino en el año 170 A.D. Contenía 45/46 libros (el libro de Lamentaciones se consideraba como parte de Jeremías). El canon Palestino contenía solo 39 libros pues no tenía los 7 libros Deuterocanónicos.

La Vulgata de San Jerónimo

La primera traducción de la Biblia del griego al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó la "Vulgata" (año 383 AD). El latín era entonces el idioma común en el mundo Mediterráneo. San Jerónimo basó su traducción en el texto hebreo del canon de Palestina, pero tradujo del canon alejandrino los libros que no se encontraban en el canon Palestino. Por eso la Vulgata tiene todos los 46 libros.
La Iglesia establece el canon

La controversia sobre que libros son canónicos fue larga, extendiéndose hasta el siglo IV y aún más tarde. Las polémicas con los herejes, particularmente los seguidores de Marción, que rechazaban libros generalmente reconocidos por los Padres, hizo que la Iglesia definiera con autoridad la lista de los libros sagrados (el canon).

Los concilios de la Iglesia -el Concilio de Hipona, en el año 393 A.D. y el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 A.D.- ambos en el norte de África, confirmaron el canon Alejandrino o de los Setenta (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y también fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros.

La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, también oficialmente lista estos libros. Finalmente, el concilio de Florencia (1442) definitivamente estableció la lista oficial de 46 libros del A.T. y los 27 del N.T.

El canon del Nuevo Testamento se definió en el siglo IV tras un largo y difícil proceso de discernimiento. El mismo nombre de "Nuevo Testamento" no se usó hasta el siglo II.

Entre los criterios para aceptar o no los libros fue que tuviese como autor a un Apóstol; su uso, especialmente en la liturgia en las Iglesias Apostólicas y la conformidad con la fe de la Iglesia.

Fue bajo estos criterios que algunos evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej. Ev de Tomás, Ev. de Pedro) fueron rechazados.

El evangelio de San Juan y el Apocalipsis se consideraron por largo tiempo como dudosos por el atractivo que tenían con grupos sectarios y milenaristas.

Así fueron reunidos y preservados por la Iglesia los libros que conforman la Biblia: 72/73 en total.

Todos los católicos aceptaron el canon de la Biblia fijado por los Concilios mencionados y, como este canon no fue causa de seria controversia hasta el siglo XVI, no se necesitó definir el canon de la Biblia como una verdad infalible.

A la Biblia Protestante le faltan libros

En el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán y agrupó los siete libros deuterocanónicos bajo el título de "apócrifos", señalando: "estos son libros que no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer."

Sucede que esto libros contenían demasiadas verdades que entraban en conflicto con sus tesis equivocadas. Por ejemplo: “Es bueno y santo orar por los muertos, para que puedan quedar libres de sus pecados” (2 Mac. 12, 46).

Es así como los protestantes llegaron a considerar a los deuterocanónicos como libros no aceptados en el canon, o sea como libros apócrifos.
La historia demuestra que no es verdad lo que dijo Lutero:

Siempre los cristianos habían reconocido esos libros como parte de la Biblia. Los concilios del siglo IV y posteriores habían confirmado la creencia cristiana. La opinión de Lutero era más bien la de los judíos que seguían la traducción de Jamnia.

Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Es por eso que sus seguidores, los protestantes, carecen de los libros deuterocanónicos de la Biblia.

Todas las Biblias de cualquier denominación protestantes, siguiendo a Lutero, carecen de estos libros del Antiguo Testamento (si los tienen los colocan como Apéndice):

  • Tobías
  • Judit
  • Ester (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • Daniel (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • I Macabeos
  • II Macabeos
  • Sabiduría
  • Eclesiástico (también llamado "Sirac")
  • Baruc

Lutero no sólo eliminó libros del Antiguo Testamento sino que hizo cambios en el Nuevo Testamento.

"Él [Martín Lutero] había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando en el amor, sino sólo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra "solamente" después de la palabra "justificado" en su traducción alemana de Romanos 3, 28, y llamó a la Carta de Santiago "epístola falsificada" porque Santiago dice explícitamente: "Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe". -Scott y Kimberly HAHN, "Roma dulce hogar", ed. Rialp, Madrid, 2000, página 57. (Scott Hahn fue ministro protestante, presbiteriano antes de su conversión)

Además, se tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de la siguiente manera:

  • Libros sobre la obra de Dios para la salvación:
    Juan, Romanos, Gálatas, Efesios, I Pedro y I Juan.
  • Otros libros canónicos:
    Mateo, Marcos, Lucas, Hechos,
    el resto de las cartas de Pablo, II Pedro y II de Juan.
  • Los libros no canónicos:
    Hebreos, Santiago, Judas, Apocalipsis
    y libros del Antiguo Testamento
    .

Gracias a Dios, los protestantes tienen los mismos libros que los católicos en el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para esta parte del canon.

Los protestantes y evangélicos se encuentran en una posición contradictoria: Reconocen el canon establecido por los Concilios del siglo IV para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el canon del AT.

Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia impresa, es la Biblia latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del canon alejandrino. (Esta fue impresa en 1455, 62 años antes de que Martín Lutero cambiara el canon. Esta es otra postura contradictoria por parte de protestantes y evangélicos con relación a la Biblia).

Posición de la Iglesia Anglicana

Según los 39 Artículos de Religión (1563) de la Iglesia de Inglaterra, los libros deuterocanónicos pueden ser leídos para "ejemplo de vida e instrucción de costumbres", pero no deben ser usados para "establecer ninguna doctrina" (Artículo VI).

Consecuentemente, la Biblia, versión King James (1611) imprimió estos libros entre el N.T. y el A.T. Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden alegando que los "malditos apócrifos" pudiesen ser así vistos como un puente entre el A.T. y el N.T.

La Confesión de Westminster (1647) decidió que estos libros, "al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y, por lo tanto, no son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en ninguna forma aprobados o utilizados mas que otros escritos humanos."

Clarificación Católica del Canon

La Iglesia Católica, fiel a la encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar los errores, definió solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el canon del Antiguo Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que siempre habían utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico.

Confirmó así la fe cristiana de siempre y dijo que los libros deuterocanónicos deben ser tratados "con igual devoción y reverencia".

El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la lista completa de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.

Esta enseñanza del Concilio de Trento fue ratificada por el Concilio Vaticano I y por el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada Escritura).

La Biblia es un regalo del Señor presentado como obra terminada a través de un largo proceso culminado por el Espíritu Santo en la Iglesia Católica por cuya autoridad se establece el canon definitivo.

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