¿CÓMO SOMOS SALVOS?
¿Es usted salvo?, ¿Tiene usted la absoluta
certeza de que si usted muere hoy irá al cielo? Estas son las preguntas que
hacen muchos con la intención de evangelizar. Yo solía ser uno de ellos. Con
frecuencia los católicos no saben que responder, y ponen una expresión de
inseguridad, cuando algún evangelista se les acerca con este tipo de preguntas.
Espero que en esta charla pueda darles ciertas municiones para poder responder.
Imagínese que un
evangelista viene a usted con
“Estas cosas les he escrito a ustedes que
creen en el nombre del
Hijo de Dios, para que sapan que tienen
vida eterna, y para que
crean en el nombre del Hijo de Dios.”
El mencionado
evangelista le dice que usted puede tener la seguridad de que tiene vida eterna
al creer en Jesús, pues este texto lo enseña claramente.
¿Qué es lo que enseña
Cuando se usa el término “conocer” en este versículo, la idea que
conlleva es de un conocimiento intelectual. Hay dos palabras en griego que se
traducen por “conocer”: “ginosko”, que es un conocimiento por experiencia; y
“oida” que es un conocimiento intelectual. En el mencionado versículo de I Juan
se usa la palabra “oida”, o sea que se está refiriendo a un conocimiento no
experimental, sino intelectual. Por ejemplo: imagínese a un estudiante que se
acaba de tomar un examen, y está tan contento por lo bien que ha hecho su
examen que llega a decir: “Yo sé que he sacado un sobresaliente”. ¿Significa
eso que va a sacar un sobresaliente con toda seguridad? Incluso en español
podemos usar el verbo “conocer” para designar una gran seguridad, en el sentido
de “confianza”.
¿Cómo podemos saber que en I de Juan está dando a entender esa idea?
Vayamos a los siguientes versículos, el 14 y el 15, donde dice:
“y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en
cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le
hayamos hecho.”
Fíjense que Juan hace un
paralelo entre el conocimiento que tenemos de que seremos salvos y el
conocimiento o la confianza que tenemos cuando pedimos algo en oración.
¿Significa esto que cuando pedimos algo en oración tenemos la absoluta certeza
de que Dios nos lo va a conceder? Claro que no. Podemos orar con gran
confianza, sabemos que Dios nos dará lo que es mejor para nosotros, pero no
tenemos seguridad absoluta y metafísica de que Dios nos concederá todo lo que
le pedimos. Así, pues, podemos tener una gran confianza de que seremos salvos…
Siguiendo al Señor, confesando nuestros pecados, obedeciendo las enseñanzas de
la iglesia, recibiendo al Señor en el Sacramento Santo de
“Yo en
muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo
me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso
soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto
de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces
cada uno recibirá su alabanza de Dios.”
Aquí Pablo está
manifestando que él no tenía absoluta certeza metafísica que iba al cielo.
Recordemos que el
principio material de
“Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.”
Entonces, en Rom. 4:5
dice:
“mas al
que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío , su fe le es contada
por justicia.”
Fijense que dice “al que
no obra”. Da toda la impresión de que habla de justificación ante Dios sin
ningún tipo de obras. ¿Cómo podemos dar una respuesta válida a esto?
PRIMERO: cuando alguien
cree en Sola Fe y Sola Escritura se encuentra con un problema que consiste en
cómo reconciliar el texto de Romanos que hemos leído con Santiago 2:24, donde
dice:
“Ustedes
ven, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la
fe.”
Si cualquier protestante
mira con sinceridad y sin prejuicios textos como este tiene necesariamente que
reconocer que su creencia en sola fe no es consistente cuando se mira en el
contexto de toda
Con frecuencia se oye el
argumento de que la justificación de la que habla Pablo, no es la misma
justificación de la que habla Santiago. Dicen que las obras de las que habla
Santiago, no son obras que justifican, sino que vienen como resultado de la fe,
confirmando de este modo nuestra justificación, pero no teniendo que ver nada
con nuestra salvación en sí.
Pero
¿cómo sabemos que eso es así?. ¿No será eso más bien una interpretación humana?
O sea ¿una tradición de hombres?.
Vamos a intentar
responder a estas afirmaciones. Vamos al contexto inmediato de Santiago, en los
versículos 14 y en adelante, donde dice:
“¿De qué
sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso
podrá salvarle la fe?”
¿Qué nos dice esto? ¿El contexto habla de obras
que no tienen nada que ver con la salvación? Más claro no lo puede poner
Santiago. Hace una pregunta retórica “¿Acaso podrá salvarle la fe?”. La
respuesta es obvia… La respuesta es “No”, la fe sin obras no puede salvar.
Vamos a mirar ahora el
versículo 19:
“¿Tú
crees que hay un solo Dios? Haces bien.
También los demonios creen y tiemblan.”
¿Sabían ustedes que el
diablo tiene más fe que todos nosotros? El cree en Dios, él cree en Jesucristo,
él sabe que él es real, él le vio resucitado de la muerte. Tiene más fe que
todos nosotros. La enseñanza aquí es que la fe no es suficiente. Esto es lo que
nos enseña Santiago.
Mateo 25 habla del juicio final, cuando todas
las naciones serán reunidas delante del Juez Jesús. Pondrá a las ovejas a la
derecha y las cabras a la izquierda. Jesús dirá a las ovejas:
“Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros
desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y
me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
Después él dirá a los
cabritos:
“Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque
tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era
forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en
la cárcel, y no me visitasteis. Entonces dirán también estos: “Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel,
y no te asistimos?” Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto
dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de
hacerlo.”
El punto de este pasaje
es este: ¿cuántos de entre las ovejas y los cabritos tenían fe? Todos. Todos
creían en Jesús. Todos dijeron “!Señor!”. La única diferencia entre las ovejas
y los cabritos es las obras, lo que unos hicieron y que los otros dejaros de
hacer.
Si vamos al versículo 1
en Mateo 25 vemos que Jesús nos guía hacia el citando pasaje contando dos
historietas. La primera es la de las diez vírgenes. Si se fijan ustedes las
diez vírgenes son iguales, son vírgenes, lo cual nos habla de pureza. Asímismo,
las diez eran creyentes, y estaban esperando la llegada de su señor. ¿Cuál fue
la diferencia entre las cinco que se fueron con el señor, y las cinco que que
quedaron atrás? Las cinco que se salvaron se prepararon poniendo aceite en sus
lámparas (el aceite es un símbolo del Espíritu Santo), las otras cinco no se
prepararon, fueron negligentes, no estaban preparadas cuando llegó el señor, a
pesar de que eran creyentes.
La otra historia que
cuenta Jesús es la parábola de los talentos. Una persona tiene cinco talentos,
otra tiene dos, y una tercera tiene solamente uno. El que tenía cinco negoció
con ellos y ganó otros cinco, el que tenía dos ganó otros dos, pero el que tenía
uno dijo “sabía que eres hombre severo… escondí mi talento, no negocié con
él.”. ¿Y qué es lo que le dijo Jesús? “a ese siervo inútil, echadle a las
tinieblas de fuera. Allí será el lloro y el rechinar de dientes.” Según esta
historia es bastante obvio que nadie es salvo por la sola fe. Los dos primeros
hombres mencionados obraron para producir más talentos, el tercero, sin
embargo, no obró, no negoció, no se esforzó.
El Concilio de Trento en
su sección 6 que habla sobre la justificación dice que ésta por la fe formada
por la caridad. ¿De dónde viene eso? Viene de
“Para
ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir
nuevamente bajo el yugo de la esclavitud…. Habéis roto con Cristo todos cuantos
buscáis la justicia en la ley. Os habéis apartado de la gracia. Pues a nosotros
nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe los bienes esperados por la
justicia. Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen
valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad.”
Según san Pablo, como también el Concilio de
Trento, la fe debe actúar por medio de la caridad, o sea del amor. Cuando el
amor de Dios se derrama en nuestras vidas por medio del Espíritu Santo, y esto
a su vez a través de los sacramentos, nos capacita para amar y poder llegar al
cielo. Nosotros no podemos hacer esto en nuestras propia habilidades o fuerza
humana, pero sí que podemos cuando somos capacitados por Dios, en Su fuerza.
Podemos así cooperar con la gracia de Dios en nuestra vida. Estas ideas no son
meramente católicas; estamos hablando de las enseñanzas bíblicas. I Corintios
13:13 habla de las tres virtudes: fe, esperanza y amor… Y dice que la mayor es
el amor. Sin amor no podemos agradar a Dios. Por naturaleza el amor se
demuestra por las acciones. Así, pues, la fe que salva es inseparable del amor.
Muchos creen que la fe que salva es un estar de acuerdo intelectualmente con
Dios, meramente creer, sin tener nada que ver con la voluntad. Puede que no lo
expliquen de esta forma, pero en la práctica eso es lo que están diciendo,
“creo, así, pues, soy salvo”, y después uno se plantea si va a someter su
voluntad y obedecer a Dios. Se dicen para sí mismos “no importa si peco, yo soy
creyente, yo voy al cielo de todos modos”. Creo que ni aún los católicos,
generalmente hablando, son conscientes de la seriedad y del daño que pueden
hacer las falsas doctrinas, las herejías. Las falsas doctrinas matan a las
almas, pues las llevan a creer mentiras. San Pablo dijo a Timoteo (II Tim.
2:16-17):
“Evita
las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en
impiedad, y su palabra irá cundiendo como gangrena. Himeneo y Fileto son de
éstos: se han desviado de la verdad al afirmar que la resurrección ya ha
sucedido; y pervierten la fe de algunos.”
La enseñanza de doctrinas falsas es un asunto
muy serio. Si usted enseña a su hijo de diez años que él es justificado por la
sola fe, que no importa lo que haga, pues Dios le ama… Es cierto que Dios le
ama, pero ¿qué pasa cuando ese muchacho crece y comienza a rebelarse, a caer en
tentaciones diversas, a no vivir en sumisión a Dios? ¿qué le va a decir? ¿Le va
decir que aunque no cambie ni se arrepienta ni confiese que él sigue siendo
justificado por la fe? ¿que si muere en ese estado Dios le dará la bienvenida
al cielo con los brazos abiertos?
Recuerdo a un hombre que me dijo eso, me dijo que sentía como si parte
de él estuviese ya en el cielo; sin embargo, este hombre vivía como el diablo.
Eso se llama decepción, autodecepción. Al diablo le encanta esa doctrina de la
justificación por la sola fe, pues él la inventó. No se enfaden, pero esa
doctrina no viene de Dios, es del diablo y ha causado que mucha gente se desvíe
de la verdad. Eso no se puede aceptar. El asunto de las herejías es un asunto
muy serio; no importa cuál sea la herejía; siempre es un asunto serio, pues
desvía de la verdad.
Volvamos al pasaje de
Santiago. Ahora vamos a ver los versículos del 20-22, donde dice:
“¿Quieres
saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no
alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el
altar? ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó
su perfección?”
La única manera de
llegar al cielo es siendo perfecto… ¿sabían esto? Yo solía pensar “no importa
lo que haga; no puedo ser perfecto; no hay nadie perfecto; no importa, a fin de
cuentas voy al cielo de todos modos”. Esto es una grave equivocación.
“Al Ángel de
la iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete Espíritus de
Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien
vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto
de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios.
Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y
arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a
qué hora vendré sobre ti. Tienes no obstante en Sardes unos pocos que no han
manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco; porque lo
merecen.
¿Les sueno esto a
justificación por la sola fe? Las obras son parte vital de nuestra perfección,
y de ser considerado digno, según hemos leído.
Los versículos del 5 al
6 dicen:
El vencedor será así
revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida,
sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Ángeles. El que tenga
oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.”
La implicación aquí es
clara y seria… ¿qué pasaría con el que no obrase en consecuencia con este
mensaje? Su nombre sería borrado del
libro de la vida. He encontrado personas que me han dicho en cuanto a este
pasaje: “Aquí Jesús está habla en hipérbole; no quiere decir que él borraría el
nombre de nadie del libro de la vida, es una exageración… una manera de
hablar”.
Apocalipsis 22:19 dice:
“Si
alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su
parte de el árbol de
Doy gracias a Dios por
el purgatorio. Claro que nuestra meta no es el purgatorio, sino el cielo… Pero
para llegar allí hay que ser perfeccionado. Dios nos ha llamado a ser “santos”,
para ir al cielo con él. No tenemos que cometer pecados mortales. Si somos
fieles al Señor cada día, confesando nuestros pecados como Dios lo ha
establecido, esto es yendo a confesión, recibiendo gracia por medio de los
sacramentos, siendo sanados interiormente cada vez que necesitamos sanidad por
medio de éstos, no tenemos que cometer pecados mortales. Antes de ser católico
yo no creía que verdaderamente era posible vivir una vida santa. Ahora estoy
tan contento de ser católico, y comprobar que es posible. Martín Lutero enseñó
que esto no era posible llegar a ser perfecto en esta vida. Sin embargo, las
Escrituras enseñan que debemos ser perfectos, como ya hemos visto en las
enseñanzas de Jesús, del apóstol Pablo, de Apocalipsis. Debemos alcanzar
perfección y podemos llegar a ella por medio de los sacramentos que es el medio
escogido por Dios para impartirnos gracia que nos capacita para ello.
Volviendo a Santiago,
fijense lo que dice el versículo 26:
“Porque
así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está
muerta.”
Díganme ustedes… Cuando
usted muera, y su alma se separe de su cuerpo, ¿es su cuerpo aún un cuerpo? El
cuerpo es un cadáver. Y pronto se podría ver que el cuerpo ha dejado de ser
cuerpo vivo, pues comenzara a descomponerse. ¿Por qué usa Santiago esta analogía
de la fe sin obras comparándola a un cadáver? Para enseñar exactamente eso, que
cuando el amor está ausente, cuando no hay obras, la fe está muerta, podemos
presumir de tener fe, de ser auténticos creyentes, pero si no hay amor, si no
hay obras, moriremos, así como nuestra fe está muerta. Esa fue la podemos
categorizar como “la fe del diablo”. Esa fe es muerta y lleva a la muerte… Esa
fe no salva a nadie. Un mandamiento esencial de Jesús es que debemos amarnos
unos a otros como él nos amó. ¿Cuántos mandamientos nuevos nos dio Jesús? Sólo
uno, que nos amemos unos a otros. Esta es la clave cuando tratamos del tema de
la justificación. Somos justificados al cumplir este mandato de Jesús. No se
trata de cualquier tipo de amor, sino aquel en el que uno está dispuesto a ir a
la cruz por los demás. Esto requiere autonegación, ir a la cruz con Jesús, y
ésto es algo que debemos practicar diariamente. Cristo nos llama a experimentar
esa vida divina, ese amor divino en nosotros. Estamos llamados amarnos con la
misma clase de amor con que Jesús amó. En II Pedro 1:4 se dice que somos
participantes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que
hay en el mundo por la concupiscencia. San Pablo dice en Romanos 5:10:
“Si
cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
!con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su
vida.”
La vida de Dios está en
nosotros, y se manifiesta a través de nosotros por las obras, por el amor…
Seremos salvos con él, en él y a través de él.
Recuerden a aquel joven rico que vino a Jesús y le preguntó “Maestro, ¿qué he de hacer para obtener la
vida eterna?” Esta es la pregunta
con la la que estamos tratando, y quien mejor que Jesús para dar la respuesta.
Fíjense que Jesús no le dijo, “cree en mí, y ya está; ten fe en mí, y ya puedes
relajarte, no tienes por que tener más inseguridad sobre este tema… haz buenas
obras porque eso me agrada, pero en cuanto a tú salvación, no te preocupes,
sólo cree en mí, y ya está”. No, Jesús no le respondió así, sino que dijo: “si
quieres entrar en la vida guarda los mandamientos”. Ya sabemos que el hombre
por naturaleza no puede ser perfecto y guardar los mandamientos de Dios, pero
por fe, por medio de Su gracia, cooperando con la misma, estamos más que
capacitados para hacer la voluntad de Dios. Fijense que cuando el joven rico
dijo que él ya había estado guardando los mandamientos, Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que
tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y
sígueme.” Entonces el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos
bienes. Jesús le pidió que se sometiera completamente a él, y que viviera para
él; esto es lo que Jesús nos pide, que todo lo que somos, y todo lo que tenemos
lo pongamos por completo a su servicio, en sus manos.
Cómo católicos podemos
estar de acuerdo con
Volvamos al texto que
aparentemente parece tan problemático, Romanos 4:5:
“Al que
sin obrar, cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como
justicia”
Para poder interpretar
correctamente este versículo debemos leer los versículos que le preceden, así
como los posteriores.
Recuerden a los
judaizantes que decían que no era suficiente creer en Cristo y sus enseñanzas,
sino que además había que guardar la ley de Moisés para ser salvo. No se
referían a los diez mandamientos per sé, sino a la ley ceremonial mosaica, la
ley levítica, había que guardar los preceptos del antiguo pacto para ser
verdaderamente cristiano. Por lo cual el que no era circumcidado no podía ser
salvo. Por esta razón tomó lugar el primer concilio de la historia de
Cuando estudiamos Romanos 3:28 en este contexto, es fácil
entender lo que quería decir Pablo al declarar que el hombre es justificado por
la fe, aparte de las obras de la ley. No podemos separar esta declaración de Pablo
de su contexto histórico y bíblico. Claro que Pablo tenía en mente a los
judaizantes. Claro que cuando habla de “las obras de la ley” está pensando en
la ley ceremonial, no en obras en su sentido general, como obras de caridad,
etc. Está hablando de unas obras muy específicas. El versículo 29 dice: “¿Acaso Dios lo es únicamente de los judíos
y no también de los gentiles?”
¿Se dan cuenta de lo que dice san Pablo? Las obras de las que habla
son obras que son características de los judíos, no de los gentiles.
Usted puede demostrar a
cualquier persona anticatólica de que Pablo no está hablando de obras en su
sentido general, sino de estas obras en particular de la ley del antiguo pacto.
Vamos a Romanos 2:6-8 donde dice:
“el cual
(Dios) dará a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia
en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los
rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e
indignación.
Díganme ustedes si aquí san Pablo está diciendo
que las obras en su sentido general no son necesarias para la salvación.
Diganme ustedes con conciencia limpia si aquí san Pablo están enseñando que
somos justificados por la sola fe. Respondan ustedes mismos.
Los versículos 9 y 10
continúan diciendo:
Tribulación
y angustia sobre toda alma humana que obre el mal; del judío primeramente y
también del griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien;
al judío primeramente y, también al griego; porque no hay acepción de personas
en Dios.”
De ningún modo enseñó
san Pablo que podemos ser salvos por fe sin obras. Lo que enseñó es que la
iglesia ya no era sólo para judíos, pues estaba abierta a todos. Empezó su
epístola en el capítulo 1 mostrando que los gentiles, que nunca habían oído de
la ley levítica, podían ser justificados, aún sin guardar los preceptos de tal
ley judía. Esto era inconcebible para los judaizantes. Pablo apela a la ley
natural para mostrarles algo muy importante, y es que la ley moral de Dios está
escrita en sus corazones. Los gentiles podían ser justificados, aunque nunca
hubieran oído que hubiese una ley levítica. De hecho la ley levitica sería
transitoria, nunca fue la intención de Dios hacerla permanente. Hebreos 7:11
dice exactamente eso, que la ley era sólo una sombra de lo que iba a venir.
Cuando Jesús vino, él la cumplió y quedó abolida, estableciendo el nuevo pacto
en su sangre y dado autoridad a
“Todos los que sin ley han
pecado, sin ley perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley
serán juzgados; pues no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino
los hacedores de la ley serán justificados. Porque cuando los gentiles que no
tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan
ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus
corazones, dondo testimonio su conciencia, y acusándoles o defediéndoles sus
razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los
hombres, conforme a mi evangelio.”
Así, pues, los gentiles
podían y pueden ser salvos por la gracia de Dios que les alcanza. Si nunca han
oído la verdad, y si están esforzándose por seguir lo que la ley natural que
está escrita en sus corazones les dice, ellos pueden ser salvos. ¿Se trata de
que están esforzándose para ganar su salvación aparte de la gracia de
Dios? De ningún modo. Es sólo en gracia
y por gracia que podemos todos ser justificados.
En Romanos 7:4-7 dice:
“Así
tiambién vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de
Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que
llevemos fruto para Dios. Porque mientras estábamos en la carne, as pasiones
pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto
para muerte. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella
en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del
Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es
pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque
tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera:No codiciarás.”
Pablo dice que no
conocería la codicia si la ley no dijera “no codiciarás”, y éste es uno de los
diez mandamientos. ¿Qué pasa aquí? ¿Es una contradicción? Hace un momento
decíamos que la ley moral de Dios está escrita en los corazones, aun sin haber
leído los diez mandamientos. ¿Cómo podemos resolver esta aparente
contradicción? Está claro que Pablo no habla aquí de la ley natural, sino de
los diez mandamientos. Sigamos leyendo los siguientes versículos para entender
mejor lo que dice:
“Mas el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque
sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo.”
¿De qué está hablando?
Pablo era bien judío desde pequeño… ¿Cuánto tiempo vivió Pablo sin la ley?
Obviamente él nació y se crió con la ley. Aquí está hablando de la mayoría de
edad; antes de llegar a la edad de responsabilidad personal, Pablo vivió sin la
responsabilidad de tener que cumplir la ley, sin el conocimiento maduro de la
ley. Pero “cuando vino el mandamiento”, o sea cuando fue instruído en la ley
por los maestros judíos, Pablo pecó y “murió”, y el mandamiento que era para
vida, vino a ser muerte para él, pues “la ley es espiritual, pero yo soy
carnal, vendido al pecado”. ¿Qué quiere decir todo esto? Pablo está mostrando
aquí primero que los gentiles están bajo la ley natural, y después trata con
los judíos, él mismo siendo uno, y dice que ellos también están bajo la ley…
todos están llamados a obedecer esa ley… ¿De qué ley habla aquí? ¿la ley
natural o los diez mandamientos? Es la misma. Ahora Pablo ya no está predicando
sólo a los judíos o a los gentiles, sino a todos juntos, y todos están bajo el
pecado, todos han roto la ley moral, los unos conociéndola en sus corazones,
los otros teniéndola en sus corazones y también como revelación de Dios desde fuera.
Fijense lo que dice a continuación (14-19):
“Porque
lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De
manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo
sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal
que no quiero, eso hago.”
¿De qué está hablando
Pablo ahora? San Pablo está describiendo al ser humano separado de la gracia de
Dios, tanto si se trata de un gentil o de un judío. El ser humano, viviendo en
la carne, separado de la gracia de Dios, no puede entrar en el cielo. Versículos
22-25 dice:
“Porque
según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en
mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a
la ley del pecado que está en mis miembros. !Miserable de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.”
Gracias a Dios por
Jesucristo, pues es por medio de él, por su gracia, que podemos ser libres del
pecado y de la condenación; tanto si somos gentiles como judíos, la gracia de
Dios nos alcanzará en maneras que sólo Dios conoce. Continúa el versículo 25
diciendo:
“Así
que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley
del pecado.”
Cuando yo era
protestante yo creía que aún siendo cristianos estamos sujetos al pecado, pues
así interpretaba yo estas palabras de Pablo. Pero claro que eso no es lo que
está diciendo Pablo. El está diciendo que incluso él separado de la gracia de
Dios, no puede agradar a Dios, hacer su voluntad. Claro que no hay porqué vivir
esclavo al pecado; claro que podemos ahora hacer ésto por la gracia de Dios.
En el capítulo 8 se nos
dice que “no hay ninguna condenación para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino
conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte.” El vrs. 5 dice “porque los que son de la carne piensan en
las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del
Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del
Espíritu es vida y paz”. Saltemos al vrs. 8, “los que vivien según la carne no pueden agradar a Dios”, y ahora
13-17:
“porque
si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis, porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu
de adopción, por el cual clamamos: !Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio
a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos.”
Tenemos una gran herencia en Cristo por ser
hijos de Dios. No debemos olvidar, según nos enseña Colosenses 1, que tal
herencia se puede perder. La herencia puede ser malgastada. Recuerden al hijo
pródigo, quien dijo a si padre que le diese su herencia por adelantado (Lucas
15). En la cultura judía uno no recibía su herencia hasta la muerte de su
padre… Basicamente, lo que el hijo menor estaba diciendo a su padre es “padre,
estás muerto para mí”. Eso es lo que en cierto sentido decimos a Dios cuando
cometemos pecado mortal. Es considerar a Dios como muerto, cuando le decimos
“voy a vivir mi vida… yo controlaré mi vida… yo tomo lo que me pertenece… es mi
vida… Viviré como si no existieras”. Cuánto tiene que doler a Dios esa actitud
de pecado mortal.
Sigamos con el versículo
17:
“Y si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es
que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.”
Tengamos en cuenta que
Pablo está escribiendo a aquellos que estaban siendo perseguidos por los
judaizantes, y les dice con otras palabras “es a través del sufrimiento que
vais a entrar en el cielo”. Debemos seguir las huellas de Jesús. I Pedro 2:21
dice:
“Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado… él
mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros,
estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida
fuisteis sanados”
Nuestras heridas,
asimismo, pueden sanar y beneficiar a otros.
No puedo extenderme más
sobre este tema ahora. He grabado cinco cintas acerca de la justificación,
siete horas y media, tratando con muchísimos más detalles que lo que hemos
visto en esta clase. Esto es sólo un resumen, para que seamos conscientes de
que la justificación no es una cuestión de una vez, de un momento, como enseñó
Lutero, sino que se trata de un proceso, en un proceso que dura toda una vida.
Poco a poco, perseverando en la obediencia, dispuestos a valorar el
sufrimiento, vamos conformándonos a la imagen de Cristo, y esto es nuestra meta
y salvación.